1.7. Malthus y la guerra

La crisis de 1815

La interpretación corriente de la crisis que se inició en 1815, al término de las "guerras napoleónicas, fue que ésta se debía a la escasez de capital. Por tanto, la salida propuesta por unos y otros fue el aumento de capital.
Malthus salió al frente de esta interpretación de la crisis afirmando que ocurría exactamente lo contrario. Había en su opinión un exceso antes que una falta de capital. Por lo que cualquier intento de convertir una fracción adicional del ingreso en capital sería contraproducente.
En particular porque antes que una fracción mayor del ingreso se convirtiera en capital debía haber sido ahorro y éste mayor ahorro hubiera sido el resultado previo de una contracción del consumo que, en aquella circunstancia, hubiera sido totalmente contraproducente para la economía.
Para Malthus, lo que había ocurrido era una drástica disminución de la demanda, al llegar la paz. A su vez, esta caída de la demanda había producido una fuerte caída de los precios de todos los artículos. Por su parte, la reducción de los precios habría significado una disminución de las ganancias del capital. Lo que finalmente había conducido a una contracción de la demanda de capital. Esto es a un desequilibrio en el mercado de capitales por el lado de la demanda antes que de la oferta.
Pero había algo más. La contracción de la demanda de mercancías trajo también una disminución de la demanda de trabajo. De manera que había un exceso de capital y de trabajo al mismo tiempo. Por lo que en modo alguno se podía decir que el exceso de trabajo (léase desempleo) se vinculaba a una falta de capital.
Un punto adicional. Para Malthus, este exceso de capital se manifiesta antes de haber alcanzado un límite en la capacidad de producción de alimentos, si es posible hablar de esta manera. Porque es obvio que si hay un exceso de capital éste podría utilizarse para roturar nuevas tierras y para ampliar lo que hoy denominamos la frontera agrícola. Además Malthus en ningún momento se planteó, como lo hacen hoy los llamados neomalthusianos, problema alguno respecto a la capacidad de producción de la tierra y a la existencia de límites absolutos a la producción de alimentos. Su preocupación fue totalmente distinta: afirmó que la población tendía a crecer más rápidamente que la producción de alimentos y que esta diferencia planteaba un problema.
Para ponerlo en sus términos, Malthus decía que "puede encontrarse un límite al empleo de capital, y que en realidad se encuentra a menudo mucho antes de que exista ninguna dificultad real de conseguir medios de subsistencia, y que tanto el capital como la población pueden ser excesivos al mismo tiempo y por un lapso considerable, comparados con la demanda efectiva de productos". ("Principios de Economía Política", México, Fondo de Cultura Económica. 1977; página 336).

Las consecuencias de la paz

La paz trajo la pobreza a Inglaterra y eso, por lo absurdo que resulta, no podía ser fácilmente comprendido. Más bien, la expectativa era que la paz trajera abundancia y bienestar. En cierta manera, una recompensa al sacrificio que se había experimentado en los años de guerra.
Sin embargo, este resultado era perfectamente esperable. Al llegar la paz se produjo un desajuste general de la economía británica. Un desajuste que tuvo como resultado final una fuerte caída de la demanda. Pero también la desarticulación de una economía estructurada en función de las necesidades de la guerra.
"Los efectos de la paz" fueron los que indicamos porque "la presión de la guerra encontró una gran capacidad productiva y pareció incluso aumentarla", porque "la acumulación aceleró su ritmo en vez de disminuirlo y porque "el gran consumo de mercancías fue seguido por su oferta, lo que ocasionó un aumento de riqueza mayor que antes".
"Es natural suponer - prosigue Malthus - que una gran disminución de la demanda comparada con la oferta detendrá el progreso de la riqueza y ocasionará, tanto entre los capitalistas como entre las clases trabajadoras, amplias y grandes dificultades".
Luego Malthus recuerda que Inglaterra fue el país europeo que menos sufrió con la guerra "que más bien la enriqueció" y que es el "que más sufre con la paz" (Malthus, Op. Cit. Pág. 352).

La guerra como obstáculo positivo

Malthus consideraba la guerra como uno de los remedios naturales contra la superpoblación. Esto convertiría a la guerra en un fenómeno natural, en una ley de la naturaleza y un proceso inevitable. En la sexta edición de Un ensayo sobre el Principio de la Población, libro IV, capítulo II, escribió Malthus:

“Si se evita que la población crezca más de lo conveniente, se suprimirá con ello uno de los principales estímulos para la guerra ofensiva”.

Los modernos maltusianos se inclina a aceptar este punto de vista como veremos en las siguientes citas:

“La presión demográfica no sólo es una causa fundamental de la guerra sino que parece ser causa inevitable de ella” Guy Irving Burch y Elmer Pendell, Human Breeding and Survival, 1947.

“¿Cómo puede pensarse que las guerras se terminen – y los rumores de que habrá guerra – mientras naciones como los Estados Unidos tengan mucho más de lo que necesitan y, en cambio, tantos millones de habitantes de la India, China, Java, Europa Occidental, y quizá Rusia, carecen de lo necesario?”. William Vogt, Road to Survival. 1948.

“Una de las causas principales de las actitudes agresivas de las naciones individuales y de gran parte de la discordia entre grupos de naciones, se puede atribuir a las tierras de producción decreciente y a la presión de la población, sin cesar creciente” Fairfield Osborn, Our plundered planet, 1948.

“Desde luego, la superpoblación no es la causa única de la guerra, pero no cabe duda de que es una de las grandes causas subyacentes y no suele discutirse que la miseria es un importante factor para impulsar a los hombres a tomar las armas”. J.C. Flugel, Population, psychology and peace, 1947.

“Cuando el estómago exige alimentos y no podemos dárselos, nos matamos unos a otros individual o colectivamente, según convenga. No ha habido guerra alguna que no tuviese un fondo de estómagos vacíos”. C.C. Furnas y S.M. Furnas, The store of man and his food, 1942.

“Todas esas incursiones y guerras acabaron elevando el nivel de vida de algunos. Perdiesen o ganasen, o quedasen empatados, los supervivientes mejoraban de nivel de vida. La misma extensión de tierra dividida entre un número más reducido de personas, suponía más tierra para los que vivían. Y los supervivientes de los grupos vencedores ganaban mucho más, claro está, puesto que se beneficiaban de lo que dejaban sus compañeros caídos en la lucha y del botín tomado al enemigo. Rusia es un buen ejemplo. La segunda guerra mundial diezmó su población y los supervivientes se encontraron con más parte y vivieron mejor que antes… Por lamentable que parezca, es indudable que la guerra ha sido siempre un medio eficaz para reajustar la población a los recursos alimenticios”. Frank A. pearson y Don Paalberg, Starvation truths, half-truths, untruths, 1946.

Estos autores ignoran el hecho de que la URSS perdió el equivalente a cuatro años de renta nacional en gastos militares y en la destrucción de fincas por el enemigo durante la segunda guerra mundial.
Nuestra última cita será de un eminente profesor de la Universidad de Columbia y director de la Oficina de Investigaciones Sociales Aplicadas.

“A veces se da por cierto que los repentinos aumentos en la proporción de fallecimientos pueden causar una regresión en el progreso económico, bien sea por la mortalidad misma o por los motivos de esa mortalidad. Esto sería cierto si el aumento de mortalidad se sostuviera durante un largo período, indicando con ello una acusada ineficacia del sistema social y económico. Pero una gigantesca ola de mortalidad que dure unos pocos meses o años, sobre todo si sus causas no son a la vez destructoras para el capital, tendería a eliminar el sobrante de población y a influir en la desaparición de viejas rigideces institucionales y en la supresión de otras barreras. La historia de la peste en Europa nos revela esos resultados. Una tercera guerra mundial, que tuviera características de guerra total con la utilización de armas atómicas y biológicas, es muy probable que dejase el escenario mundial preparado, una vez que pasara su tremenda destrucción, para que se produjese en él un progreso de ritmo mucho más rápido que el probable en otras circunstancias. Si esto sucediese, podría realizarse la transición demográfica en un plazo más breve y con una población mundial más pequeña de lo que ahora parece posible.
Desde luego, una solución de los males de este mundo por medio de la muerte parece una perspectiva muy tenebrosa y cruel y que todos desearíamos evitar si dependiera de nosotros. Pero un cambio tan inmenso como el que supone industrializar a las tres cuartas partes del mundo implicaría en cualquier caso enormes gastos y grandes sufrimientos. El esfuerzo realizado para conseguirlo gradual y pacíficamente – y a un coste que no sea excesivo – nos acarrearía más problemas de los que se intentasen resolver. En efecto, los problemas derivados de una evolución pacífica se hace imposible si no se lleva a cabo una purga. Si se demuestra que la mortalidad es el precio del progreso será porque la humanidad es demasiado estúpida para pagar otro precio mucho más pequeño: el control de la fecundidad”. Kingsley Davis, The controversial future of underdeveloped areas, 1952.

Parecen existir dos proposiciones maltusianas capitales respecto a la guerra. Primero: la presión demográfica y la pobreza son causa fundamental de guerra. Segunda: las guerras solucionan el problema planteado por la presión demográfica y la pobreza por el sencillo procedimiento de matar a un inmenso número de personas.
La densidad de población y la pobreza no son forzosamente conceptos emparantados. Pero aunque lo fueran, la historia demuestra que no es en absoluto cierto que los países más pobres y con mayor densidad de población ataquen a sus vecinos ricos. Debemos recordar que las naciones europeas occidentales se cuentan entre las más ricas del mundo y que las de Asia, África y América del Centro y del Sur se hallan entre las más pobres. Pues bien, ¿acaso han atacado los africanos a sus ricos vecinos europeos para intentar apoderarse de sus fértiles tierras y de su riqueza mineral? ¿Agredió América Latina a España cuando ésta se hallaba en la cumbre de su riqueza? ¿Intentó Juárez, desde Méjico, atacar a Francia en la época de Napoleón III para sacar de ella algún botín? ¿Agredió China a Gran Bretaña en las guerras del opio? ¿Se han visto directamente amenazadas Gran Bretaña, Francia y Holanda por India, Indochina y las Indias Orientales?
Es evidente que las naciones más ricas han sido siempre las más agresivas mientras que las más pobres fueron siempre las más pacíficas en las relaciones internacionales. Y no vale decir que los países infradesarrollados habrían sido los más militaristas si hubiesen dispuesto de la riqueza y las armas necesarias para emprender una guerra. El hecho innegable sigue siendo que nunca han tomado la iniciativa en las empresas bélicas internacionales.
Durante la pasada generación, Alemania, Italia y el Japón pretendieron verse obligadas – impulsadas por la presión de su creciente población – a apoderarse de colonias. Esta supuesta justificación de la guerra que los maltusianos se han apresurado a aceptar, no es más que una pretensión fraudulenta.
La segunda afirmación capital de los maltusianos referente a la guerra es, como decíamos, que las guerras reducen la presión demográfica y la pobreza por el expeditivo procedimiento de matar mucha gente. Esto requiere un estudio de lo que cuesta una guerra en gastos militares, pérdida de producción y destrucción de riqueza como consecuencia de las acciones bélicas.

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