1.5. Los métodos malthusianos de control de la población

Malthus ideó varios procedimientos para contrarrestar el crecimiento de la población. Y los clasifica en preventivos, para reducir la proporción de nacimientos, y positivos, encaminados al aumento de la mortalidad.

1.5.1. Procedimientos preventivos

En cuanto a lo primero, Malthus sólo aprobaba la continencia. Quienes no pudieran permitirse tener hijos, debían aplazar el matrimonio o no casarse nunca. En todo caso, la conducta prematrimonial había de ser estrictamente moral. Malthus condenaba radicalmente el empleo del vicio como medio preventivo de la natalidad, y en el vicio se incluía la prostitución, que podía reducir, en efecto, el número de nacimientos. Señalamos también que Malthus censuraba, como inmoral, el uso de medios anticonceptivos dentro de las relaciones matrimoniales. Los incluía en el apartado “vicio”. El reformador inglés Francis Place y otros estuvieron popularizando el control de la natalidad durante la vida de Malthus. Sin embargo, éste escribió en la quinta edición (1817) de su Ensayo sobre el principio de la población:

“Desde luego, siempre condenaré muy especialmente el empleo de cualquier modo artificial e innatural de frenar el aumento de la población, tanto por su inmoralidad como por su tendencia a privar a la industria de un estímulo necesario. Si fuera posible que cada pareja casada limitase a voluntad el número de hijos, habría razón para temer que aumentase muchísimo la indolencia de la raza humana y que ni la población de cada país ni la Tierra entera adquiriesen jamás su desarrollo natural y adecuado”.

Malthus fue, en efecto, un hombre religioso, con una vocación clara desde su juventud por el sacerdocio, que fue a lo largo de toda su vida adulta un clérigo de la iglesia anglicana. Y es interesante señalar que su oposición al uso de métodos anticonceptivos no se basaba sólo en principios morales. En su opinión, el matrimonio era un estímulo para que la gente trabajara más e hiciera progresar así la economía de su país. Y en su mencionado Ensayo escribía:

“Rechazaré siempre cualquier modo artificial o antinatural de controlar la población, tanto por su inmoralidad como por el hecho de que suprimen un estímulo que resulta necesario para la laboriosidad... Las restricciones que yo recomiendo son algo muy diferente, no sólo porque son aceptables desde el punto de vista de la razón y sancionadas por la religión, sino también porque constituyen un incentivo a la laboriosidad”.
De esa actitud respecto a los frenos preventivos contra el crecimiento de la población, podemos sacar tres conclusiones. Primera: Malthus abogaba por la renuncia temporal o total al matrimonio, sistema que no podía dar buen resultado. Segunda: se oponía a los medios anticonceptivos, único sistema que podía resultar eficaz. Tercera: quería que una numerosa población venciese la “indolencia” del género humano. Seguramente, no pensaba en la indolencia de los nobles terratenientes, los cuales le eran simpáticos, como luego veremos; lo que temía era la indolencia de los leñadores y de los aguadores, quienes, si tenían pocos hijos, no querrían trabajar tan duramente y ganando tan poco. Esto lo comprobamos en el capítulo V de la primera edición de Ensayo sobre el principio de la población. Malthus suponía que a todos los trabajadores que ganaban 18 peniques al día les diesen la diferencia hasta los 5 chelines. ¿Comerían entonces carne todos los días? No, porque el precio de la carne subiría. Aumentaría la producción de carne, pero el incremento de la población contrarrestaría esa ventaja. Hemos estado suponiendo, decía Malthus, que se continuaría realizando el mismo trabajo, pero no sería así, pues los trabajadores se figurarían que estaban en mucha mejor posición y no querrían esforzarse. “Y, en poco tiempo, no sólo sería más pobre toda la nación, sino que las propias clases inferiores vivirían en peores condiciones que cuando ganaban 18 peniques diarios”. Estos mismos argumentos se repiten en la sexta edición (libro IV, capítulo V).

“El trabajador pobre siempre parece vivir “de la mano a la boca”, utilizando esta expresión vulgar. Su atención, centrada en sus necesidades inmediatas, rara vez se preocupa del provenir. Incluso cuando se le presenta alguna posibilidad de ahorrar, pocas veces la aprovecha; en general, todo lo que le sobra después de satisfacer sus necesidades del momento va a parar, hablando en general, a la taberna”. V

También en la sexta edición (1826) de su Ensayo (libro IV, capítulo I) se preocupa Malthus por la indolencia de los pobres e insiste en la necesidad de una presión demográfica para obligarlos a trabajar:

“Hemos de comprender como un objetivo del Creador el que la tierra se pueble; y me parece claro que esto no puede realizarse sin una tendencia de la población a crecer con más rapidez que los alimentos… El mero deseo de tener medios de subsistencia se limitaría casi a sus efectos y no llegaría a producir esa actividad general tan necesaria para el perfeccionamiento de las humanas facultades si no fuese por el enérgico esfuerzo universal de la población para aumentar con mayor rapidez que sus alimentos. Si estas dos tendencias estuvieran exactamente equilibradas, no veo qué estímulo podría ser lo suficientemente fuerte para vencer la reconocida indolencia del hombre y obligarle a cultivar la tierra”.

Al parecer, para Malthus, el hombre existía para producir, en vez de ser la producción la que estuviese sometida a las necesidades del hombre. Y podemos poner en duda su sinceridad cuando proclama en otro sitio su firme esperanza de que la gente mejore de posición económica al tener menos hijos.

1.5.2. Obstáculos positivos: Hambre, Miseria, Epidemias, Guerras

Los obstáculos positivos que ponía Malthus al crecimiento de la población eran los que aumentaban el número de muertes: hambre, miseria, epidemias, guerras. Los elevaba al rango de fenómenos o leyes naturales, males necesarios y requeridos para limitar la población. Estos frenos positivos eran – según él – castigos a los que no cumplían la contención moral. Y sostenía que si de algún modo pudieran superarse esos obstáculos positivos, la gente se moriría de hambre, pues la población crecería con enorme rapidez mientras los víveres aumentarían muy lentamente, en el mejor de los casos. Así describía Malthus los frenos o diques positivos contra el avance de la población en la sexta edición de su Ensayo (libro IV, capítulo V):

“Es evidente que cualquiera que sea la proporción en que aumenten los medios de subsistencia, el aumento de la población ha de verse limitado por ella, por lo menos una vez que el alimento haya sido dividido en las raciones mínimas para subsistir. Cuantos niños nazcan después de haberse llegado a ese límite, tendrán que morir fatalmente, a no ser que les dejen sitio, al morir, los adultos… De manera que, para ser consecuentes, deberíamos facilitar, en vez de procurar impedirlas incesantemente, las operaciones de la naturaleza para producir esa mortalidad; y si nos causa horror la aparición demasiado frecuente del hambre mortal, debemos fomentar las otras formas de destrucción que nosotros mismos obligamos a la naturaleza a emplear. En vez de recomendarles limpieza a los pobres, hemos de aconsejarles lo contrario. En nuestras ciudades haremos más estrechas las calles, meteremos más gente en las casas y trataremos de provocar la reaparición de una epidemia. En el campo, construiremos nuestras aldeas junto a lagos pútridos y estimularemos la formación de poblados en los terrenos pantanosos e insalubres. Sobre todo, impediremos la cura de enfermedades que diezman la población; y esos individuos compasivos, pero muy equivocados, que creen hacerle un gran beneficio a la humanidad estudiando la manera de extirpar para siempre ciertas enfermedades, merecen nuestra reprobación. Si por los medios que hemos señalado y por otros semejentes, se lograse aumentar la mortalidad… podrñiamos casarnos todos, probablemente, al llegar a la pubertad, y muy pocos se morirían de hambre”.

Así que, según Malthus, la pobreza y la miseria son los castigos naturales que les están reservados a las “clases bajas” que no restringieron sus facultades de reproducción. De ello saca Malthus la siguiente conclusión, tan significativa: el Gobierno nunca debe ayudar a los pobres. Prestarles auxilio equivaldría a estimularles a tener más hijos o a que sobrevivieran más de ellos, con lo que en último término empeoraría el problema del hambre.
En los tiempos de Malthus, las condiciones en que se hallaban las fábricas y las ciudades eran frecuentemente espantosas. Por ejemplo, en 1819, los niños a quienes pagaban menos en las sederías de Coventry sólo podían comprar siete libras de pan con los jornales que cobraban a la semana por 96 horas de trabajo. Sin embargo, Malthus consideraba que estos fenómenos formaban parte de una gran ley natural. El Estado nada debía hacer para aliviar esa miseria. Y Malthus se expresaba así en la segunda edición (1803) (pero repitió estas palabras de las siguientes ediciones) de su Ensayo, pp. 531-532:
“El hombre que ha nacido en un mundo ya ocupado, si no puede lograr que los padres o parientes a quienes corresponda, le mantengan, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho alguno ni a la menor ración de alimentos. En resumidas cuentas, ese hombre no tiene por qué estar donde está. En el espléndido banquete de la naturaleza no le han puesto cubierto. La naturaleza le ordena que se vaya y no tardará en ejecutar su propia orden si este hombre no logra la compasión de algunos de los invitados. Si éstos se levantan y le dejan sitio, acudirán en seguida otros intrusos pidiendo el mismo favor… Se perturbará así el orden y la armonía de la fiesta, y la abundancia que antes reinaba se convertirá en escasez”.

He aquí cuatro citas más, todas ellas de la sexta edición del Ensayo. Son ejemplos de la inalterable oposición de Malthus a todo auxilio a los indigentes, basándose en que la pobreza es una ley natural que opera por culpa de los pobres.

“Los miembros de una familia que se ha hecho demasiado numerosa para las tierras que posee y que antes le venían adecuadas, no tienen derecho a reclamar a otros una parte de sus productos como si se tratase de un justo tributo. Resulta de las inevitables leyes de la naturaleza que algunos seres humanos han de pasar necesidad. Existen muchas personas desgraciadas que en la gran lotería de la vida no han sacado premio”. Libro III, capítulo II.

“Las leyes inglesas de protección a los pobres tienden a empeorar la situación general de los pobres de estas dos maneras. Primera: aumentando la población sin incrementar los víveres que ésta necesita para subsistir… Segunda: la cantidad de víveres consumidos en las casas de beneficiencia (asilos, etc.) por una parte de la sociedad que no puede ser considerada, en general, como la más valiosa, hace que disminuya lo que debería corresponder a sus miembros más industriosos y meritorios”. Libro III, capítulo VI.

“He reflexionado mucho sobre las leyes de protección a los pobres y por ello espero se me permitirá que me atreva a proponer una medida de abolirlas paulatinamente… Estamos obligados, por la justicia y el honor, a negarles a los pobres el derecho a ser mantenidos.
Con este objetivo, quisiera proponer una disposición por la cual se declarase que ningún niño nacido de cualquier matrimonio, después del año de haberse promulgado dicha ley, y ningún hijo ilegítimo nacido dos años después de esa fecha, puedan tener derecho a la asistencia parroquial…
Respecto a los hijos ilegítimos, una vez que se anuncie convenientemente, todos ellos se verían privados de la asistencia parroquial y quedarían con el único amparo de la caridad privada. Si los padres abandonan al niño, serán únicos responsables de este delito. Un niño, relativamente, es de poco valor para la sociedad, ya que en seguida vienen otros a ocupar su puesto”.Libro IV, capítulo VIII.
En el libro IV, capítulo XI, Malthus cita al gran agrónomo británico Arthur Young, para quien el mejor sistema sería “asegurarle a todo labrador del Reino, que tenga por lo menos tres hijos, medio acre de tierra para que cultive patatas y suficientes pastos para alimentar una o dos vacas”. He aquí el comentario de Malthus:

“Consideraría la adopción de esta medida como el golpe más cruel y fatal para la felicidad de las clases bajas de nuestro país, de cuantos hayan podido recibir… ¿Acaso no equivaldría este plan a un estímulo para el matrimonio y para tener más hijos? Sin embargo, afortunadamente ni siquiera los que tuviesen las más obtusas ideas políticas podrían aceptarlo, ya que se ha observado que quienes trabajan en terreno propio lo hacen perezosamente y a disgusto cuando luego han de trabajar para otros”.

¡Qué tranquilizadora resultaba esta doctrina para la conciencia de los ricos a quienes costaba tanto esfuerzo aportar su dinero a la caridad privada o, pagando impuestos, a la asistencia social organizada por el Estado! Las ideas de Malthus fueron adoptadas en parte por la dura y “científica” Reforma de la Ley de Protección a los Pobres, de 1834. Quedó suprimida toda ayuda a las personas aptas para el trabajo, no recogidas en casas de beneficiencia. Todo solicitante de ayuda tenía que ingresar en una institución benéfica después de haber empeñado todos sus bienes, antes de que le fuese concedido el auxilio pedido. Su esposa y sus hijos habían de entrar en un asilo o ponerse a trabajar en las fábricas de tejidos de algodón. En cualquier caso, su familia quedaba deshecha y era tratada con mayor dureza para quitarle toda espiración a convertirse en una carga para el Estado. El asilo equivalía a un estigma social e ingresar en él se convertía en una tortura psicológica y moral. La ley se proponía hacer tan insoportable la asistencia pública que la mayoría de los necesitados prefiriesen morir de hambre antes que sufrir tal indignidad. Este sistema iba a ser la base de toda la legislación asistencial británica hasta principios del siglo XX. Malthus, que murió cuatro meses después de haber sido aprobada esa reforma de la Ley de Pobres, debió considerarla como la consagración oficial de su idea de que en el banquete de la naturaleza no hay sitio para todos.

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